Queridos amigos:
Han pasado ya unos meses desde que regresé de tierras bolivianas, pero los recuerdos se mantienen presentes como el primer día. La experiencia vivida ha sido un sueño hecho realidad y estoy enormemente agradecida a todas aquellas personas que han colaborado a que esto haya sido posible.
Sois muchos los que ya conocéis la labor de ayuda que FEYDA ofrece a la Misión en Bolivia; sin embargo, me gustaría dirigirme en esta carta a quienes aún no la conocen.
Entre la cordillera andina y los países del Plata, habitando el corazón de Sudamérica, se extiende Bolivia. La fusión entre la cultura precolombina Inca y el colonialismo español, en todos sus aspectos, es la base sobre la cual, a lo largo de los siglos, se ha ido constituyendo el pueblo actual. Los acontecimientos de la Historia, las desigualdades fruto de las guerras y la avaricia del ser humano, han convertido al país en uno de los más pobres de América, dominado por la corrupción y falta de esperanza.
Personas procedentes de distintas partes del mundo se encuentran en Bolivia, movidas por una misma inquietud. Destinadas allí, la Hna Gloria Esposito (de EEUU) y la Hna MªÁngeles González (de España) forman parte de una de las comunidades permanentes de Hijas de la Caridad, en Cochabamba. A las dos les debo la oportunidad de haber podido conocer y convivir con la gente del pueblo boliviano.
Mi hogar fue Tacata, inolvidable lugar donde viven 58 niños y niñas sin familia y donde ya estuvieron antes Naia, Yoli y MªÁngeles como voluntarias de FEYDA.
Por las mañanas me dirigía temprano a la Facultad de Enfermería “Elizabeth Seton”. Desde allí, Sor MªÁngeles, que me acogió como a una más de sus estudiantes, me enviaba con ellas a todos aquellos lugares donde éstas realizan las prácticas. Es de admirar la labor que se lleva a cabo con estas chicas, la mayoría becadas, procedentes de familias muy humildes. Durante 5 años aprenden los cuidados de asistencia al enfermo, allí donde éstos se encuentren y sin apenas recursos materiales: no sólo en Hospitales y Centros de Salud, sino también en las casas, en comunidades campesinas marginadas, incluso en las cárceles, colaborando en las campañas de vacunación (de personas y animales) y dando charlas en colegios y barrios pobres sobre cualquier tema sanitario (desde la higiene dental hasta la detección del sarampión). Después de las clases, regresan a casa donde les espera igual o más miseria de la que han visto durante el día; apenas tienen tiempo para descansar y muchos días se acuestan sin haber comido, pues no se pueden permitir el gasto del pasaje y el almuerzo el mismo día. Algunas noches se quedan en grupos reducidos a estudiar en la facultad; al menos saben que ese día recibirán algo caliente para tomar por la mañana (la Hna. MªÁngeles ya se encarga de que no les falte).
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