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 Los Conciertos (por Jeanette)
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(Dedicado a Litronas el bibliotecario)

Hace poco estuve en un concierto... ¡Qué espectáculo! Claro que hay que reconocer que todo empieza mucho antes. El espectáculo en un concierto empieza con la entrada. Le das la vuelta y lo primero que lees es un “prohibido introducir en el recinto objetos arrojadizos”. ¿¿Qué es un objeto arrojadizo?? Porque lo que es a cierta gente bruta cuando se ofusca cualquier cosa es susceptible de levantarse encima de la cabeza y lanzarse al viento. Como si pillan a un bibliotecario ;-) por banda y me le ponen en el escenario de florero. Enigmas de la vida.

Ya tienes tu entrada, y por lo que te ha costado piensas que la arena de las Ventas que vas a pisar (y hasta saborear) la deben sacar de una especie de reloj gigante que cronometre la edad de Sara Montiel, porque si no, no tiene explicación el precio que tienen. Y no me miren así. Ese reloj existe. ¿Les suena el desierto ese que se llama Sahara? Pues es sólo la parte de arriba. Noten incluso la semejanza de Sahara con Sara. Vale, sobra el “ha”. Mmmmm. La única teoría que se me ocurre es que es un ¡Já! De incredulidad que alguien soltó cuando Saritísima le dijo que venía con la cara lavada. ¡Já! Como si no se viera que tiene pintura para darle dos capas al barco de Chanquete. Pero tú tienes otras cosas en que pensar, a saber: tienes que demostrar que eres un verdadero fan y aprenderte las canciones del grupo antes del concierto. Todas. Hasta la que tocó el batería suplente en la comunión de su primo Josete. Porque... ¿saben lo que pasará si no? Que llegado el momento el melenas del micrófono dirá “y ahora recordemos los viejos tiempos, colegas”, y tocará las tres primeras notas de una canción de su primera maqueta. Cara B. Ese es el instante en que todo el mundo se volverá loco y empezará a cantar. Tú miras a todas partes, aterrorizado. No te la sabes. Al principio sueltas un oooeeee de entusiasmo para disimular, pero tus pulmones no son lo que eran desde que aprendiste que lo de todos contra el fuego es malo, y quemar hierba es bueno. Te quedas sin aire. Y la canción sigue.

Pruebas a ejercer de eco montañero y repetir la última palabra que oigas: “¡Amoorrrr......pasioooooonnnn.....olé, me he equivocadoooooooo”. Pero la masa es inteligente y empieza a sospechar la verdad. Te miran de reojo y nadie te coge las manos para moverlas de izquierda a derecha. Y sin ver que el buitre del ridículo total planea sobre ti, tú, ciego de desesperación, empiezas a improvisar: “lalalaaaa, laaal aaaaalalalaaaaaaaaa” . Y ya es tarde. La masa ha descubierto la cruda realidad y decide ignorarte; te conviertes en el Fraga del concierto. Estás ahí pero nadie te hace caso. Cuando sacas el mechero está más sólo que un gusiluz en la fábrica de Cucal.

La camiseta del grupo en la que el técnico de sonido ha escupido ya no tiene valor para tus compañeros. Y cuando en el éxtasis colectivo tu gritas un “Pepe, cabrón, saluda a la afición” ellos te traicionan y prefieren seguir al tío de la cuarta fila que clama un “Pepe, mamón, repite la canción” Ahí se revela un verdadero líder. Los dos gritos son igual de absurdos, pero la gente prefiere a uno antes que a otro. ¿están comprados? ¿son ciborgs que el líder ha llevado consigo para que le obedezcan? ¿es el desodorante? Solitario y amargado te pones a reflexionar. Has pagado para ser un inadaptado social. También para que te quiten tu botella de agua y así le compres una cerveza caliente al hermano más feo del cuñao, que se desliza entre la gente con su triste negocio. Lleva una neverilla roja de esas que tu abuela ya llevaba al campo para que le hiciera compañía a la tortillas de patatas. Sí, sí, de esas de promoción de coca-cola...aunque cuando pase a tu lado el coca-cola se revele como un poca-cola escrito con algo blanco sospechosamente parecido al tipex...

Al final decides pasar del mundo y disfrutar tu entrada de concierto. Aprovechar tu entrada consiste en estar lo más cerca posible de los cantantes. Por ellos comienzas a moverte entre la gente serpenteando. Primero metes el hombro, el codo... luego la cabeza... la rodilla... El último empujón te lo mete un pobrecillo al que le has puesto la mochila por montera. Y ya está. Ya has avanzado media fila. Y para eso has hecho más movimiento sinuoso que un congreso de bailarinas de danza del vientre con parkinson. La verdad es que eso sólo lo hace el novato. Es que es muy cansado, y además siempre está el aprovechado que se mete detrás de ti como en una conga y te utiliza para avanzar... y seguirá empujándote hasta que te comas la valla amarilla que vamos, cuando salgas allí vas a parecer un gofre, de tantas marcas de cuadritos que tendrás por todo tu cuerpo.

Lo que hay que hacer es aprovechar las canciones míticas del grupo y saltar hacia delante. Sin miedo. La masa te recogerá y te fusionará igual con la valla amarilla, y será más divertido. Una vez allí eres el candidato número uno para que te lleves la púa tatuada en la cabeza o no puedas volver a llevar gorra, porque no tiene por dónde sacar las baquetas que alguién te clavó. Claro que de eso no te das cuenta al principio. Estás todo acojonado por el humo que llena todo el escenario. Piensas en un botafumeiro gigante...¿cómo será el cura que maneje ese trasto? Y tú que llevas sin confesar desde que Parada fue a la premiere de “El pequeño ruiseñor”...ya verás, ya. La “hostia” que te va a meter.

Menos mal que todo tiene su recompensa. Quizás el Pepe te firme un autógrafo en el bazo que alguien te sacó por la boca a fuerza de apretujones, quizá te dediquen una canción... ¿Quieren saber donde me firmó a mí? Pues esperen al próximo disco de “Pepe & the peperos”, que ya verán, ya.


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