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Las Bibliotecas (por Jeanette)
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¡Ah, las bibliotecas! ¡Sagrado templo del saber! ... Qué bien, ¿no? Me pregunto si quien dijo eso había pisado una biblioteca de verdad en su vida.
Cuando tú llegas allí lo primero que ves son unos flamantes y supersónicos ordenadores que te dicen si el libro que quieres está allí. Todo facilidades... pero en realidad así empieza el misterio. Busques el libro que busques estará cogido. Aunque sea “Cómo criar caimanes en barreño” alguien se lo habrá llevado una hora antes que tú. Y tú, que lo buscabas por obligación te preguntas a quién más le puede interesar algo así. Juegas por un momento con la idea de si tendrás un malvado hermano gemelo que destruye tus planes, como en los culebrones, pero como los libros que mandan los profesores nunca vienen solos, te dedicas al siguiente.
De este sí. Hay como media edición disponible para ti solito, según el ordenador. Pero tú revisas las estanterías con el mismo interés que Carmina Ordóñez buscando fotógrafos y nada de nada. ¿Serán libros fantasmas? ¿Estará su espíritu revoloteando entre las estanterías? ¿Qué pensará el bibliotecario si te acercas y le dices “en ocasiones veo libros”?
Siguiente libro. Esté lo escribió el profesor cuando sus compañeros de facultad se divertían en fiestas a las que él no estaba invitado, así que decidió amargar la vida a futuras generaciones de estudiantes fiesteros con una teoría ridícula pero muuy larga y llena de plagios, no, perdón, referencias a mogollón de autores amargados como él. No obstante uno lo lee esperando algo interesante... ¿qué por qué? Pues porque te parece sospechoso que el año anterior os mandaran un trabajo (que daría para tres tesis) con el título “Teoría sociopolítica en los anuncios de compresas” y casualmente su título del libro maldito sea “Sociopolítica e higiene íntima femenina” Sin andarse por las ramas, esperas que el comentario interesante sea tuyo.
Hasta la fecha la única prueba que tienes de que el libro existe es que el profe lleva uno en el maletín y os lo ha enseñado. Incluso te ha sorprendido que un hombre con un físico “seductor y atracativo” como el suyo haya consentido que publiquen su fotografía en las tapas del librito dichoso. Así que tú te crees que el libro existe, pero el ordenador no. Y es que cuando el ordenador se pone cabezota... ríete del HAL 9000
Y milagrosamente encuentras el último de tu lista. El único ejemplar que queda parece un incunable robado de algún monasterio en ruinas. No es difícil imaginarse que cuando salió Marujita Díaz ni sabría leer...vale, este ejemplo no sirve. Claro que no es difícil imaginárselo, ¡pero si hoy en día tampoco sabe!
Total, que coges tu incunable y te buscas un asiento. De doscientos que hay veinte están ocupados, los otros ciento ochenta con chaquetas puestas encima. Por un momento piensas en un escalofrío que son lectores de los libros fantasma, pero cuando alguien abre la puerta te llega el inconfundible sonido del 180 personas de cachondeo en la entrada de la biblio. Les pones un cubata y trescientos policías vigilantes y es un botellón. Por fin encuentras una silla con la pata coja y experimentas la misma sensación que tendría Gil leyendo encima de su Imperioso, con el traqueteo de la sillita. Uuy, otro ejemplo no válido...
Un gran mito bibliotequero es que allí se liga. Los cruces de mirada, estirando el cuello como un avestruz que avista comida sobre de las lámparas... los préstamos de bolígrafo... Pues bien, todo es mentira. Primero miras a tus compañeros de mesa y bueno... lado derecho: un neurótico compulsivo, que estudia susurrando y moviendo la cabeza, como si recitara el padrenuestro al revés, y al mismo tiempo da golpecitos con el bolígrafo en la mesa en un gesto que Freud mataría por ver. Enfrente hay una pareja babosa que se pasa post-its de color rosa por encima de la mesa, y se da pataditas por debajo mientras babea cursiladas. Qué bonito es el amor... hasta que te hartas y les sueltas un patadón a cada uno para que discutan y te dejen en paz. Siguen haciendo ruido, pero es tu obra y la disfrutas a gusto. Y el lazo izquierdo... territorio prohibido, no se puede mirar. Su único habitante tiene cubierto su extremo de la mesa por hojas subrayadas en todos los colores fluorescentes. Ni el arcoiris de los teletubbies refulge tanto. Agata Ruíz de la Prada se quedaría momentáneamente traspuesta. Te asombra que el tipejo ese no lleva unas gafas de sol ultra-protectoras, porque a ti las pupilas se te han dilatado hasta la estantería de la esquina.
Y lo de los bolis... El único boli que podrás prestar será a un tío bueno que no sólo no te lo devolverá... sino que te lo había pedido para dejárselo a la rubia de la mesa de enfrente. Tiene una cara de tonta que no sabes si levantarte y cambiarle el bolígrafo por unos plastidecor, porque te apostarías el incunable a que está leyendo “colorea y aprende con los pitufos”. Pero, no, cuando cierra el libro y se va ves que tiene tu “Como criar caimanes en barreño”
Y claro, con la rabia te distraes y el incunable decide independizarse de ti. A cámara lenta ves como planea hasta llegar al suelo, y allí el libro se convierte en coleccionable en fascículos. Y el bibliotecario se manifiesta. Es un señor pálido y chiquitito, que tiende pinta de bibliotecario. Parece que en los bocatas en vez de mortadela se ponga el Larousse Ilustrado. Y siempre habla bajito, como el niño del sexto sentido, aquel que veía libros. Pero todo el mundo le teme. Fuera de la biblioteca le puedes azuzar a Sánchez Dragó y llorará de rodillas, pero ahora está en sus dominios, es poderoso. Y preferirías irte de puente con Dragó a criar caimanes antes que oírle decir “ssshhh, recoge las hojas y paga la multa a la salida, shhh”. En fin, que he decidido estudiar en una concentración de hooligans antes que en una biblioteca... al menos hasta que imiten a los videoclubs y me pongan una sección porno, para evadirme un rato.
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Nada es tan fácil como parece. Todo requiere más tiempo de lo que usted piensa. Si algo puede ir mal, irá mal. Las tres Leyes de Murphy
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Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro. Confucio (551-479 a. C.); filósofo chino
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