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 La gripe (por Jeanette)
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Tengo que confesarles algo; yo me alegro al oír la canción del verano de Georgie Dann. No me miren así, que tengo una buena razón. La canción de nuestro Georgie anuncia el verano, y ¿saben lo que eso significa?. Para alguien como yo, se traduce en tres meses sin gripes ni catarros. Y es que cada vez que te pasa pareces estar viviéndolo por primera vez.

Empieza cuando un día vas por la calle y empiezas a pensar que te han abducido a una nave de Star Wars. Todo a tu alrededor empieza a difuminarse así, con efecto de velocidad, y la gente tiene un halo extraño alrededor... todo ello sumado a un calorcito soporífero hace que por un momento te alegres, ¡el flipe que llevas encima y, por una vez sin pagar! Algo así sólo lo puedes vivir en ciertos conciertos, con las emanaciones porreras del público asistente, pero claro, ya la entrada te había costado un pico...valga la redundancia.

En fin, que llegas a tu casa en tu halcón milenario particular y aterrizas en el sofá. De pronto tienes las rodillas que ríete del chino mandarín y de sus flanes. Y llega el oráculo, o sea, tu madre, y sólo con tocarte ya te suelta un “hummm, 39 y medio...¡a sudar!”. En nada de tiempo estás destilándote, metido en un tubo de mantas que sólo se diferencia de un pulmón de acero en eso, en las mantas, y te dedicas a pensar en porqué las madres calculan tan bien la temperatura. ¿Son biónicas? ¿quién las habrá implantado esos sensores termosensibles en los dedos? ¿qué extraña conspiración es ésta?

Eso es sólo el principio. Después vienen las ideas absurdas. Una es que te deben mimar y hacer la comida que te gusta sólo porque estás enfermo. Si normalmente no te la hacen y se supone que te aprecian... ¿por qué iban a molestarse en hacerte un pato a la naranja gratinado, cuando te has mutado en un gangoso que se pasa tres días dando la coña en la cama?

Otra idea es que puedes renunciar al lenguaje y que tu familia tiene habilidades telepáticas y te lee el pensamiento. Cuando te traen el caldito te pones sensible y tuerces el morro quince grados. Eso es que está demasiado caliente. Pero si aumentas diez grados y emites un aaauummm lastimero es que no te gusta el caldo de verduras, y si por favor podría ser de pollo, y esta bandeja no, la de Mickie sentado en la tumbona. TA los griposos también nos ponemos sensibles y nos gusta recordar la infancia.

¿Y las medicinas? Tu mamá baja a por aspirinas y cuando vuelve parece que ha asaltado un contingente de Médicos sin fronteras; pero no; la farmaceútica y ella han decidido que te tienes que drogar por todo lo alto (pagando, claro), que si polvitos, que si jarabes. Y en tu delirio griposo piensas que deberían buscar otra solución para el asunto sabores. Se supone que los medicamentos saben mal para que los niños no se los traguen como caramelos y se nos envenenen. Yo no tengo nada en contra de eso, pero... ¿qué pasa cuándo el niño TIENE que tomarse las medicinas? Los niños grandes reivindicamos soluciones YA. Por que con el “sabor a fresa” y “sabor a naranja” del prospecto no nos engañan. ¿Qué clase de naranjas toman los farmaceúticos que hacen las pastillas para decir que esos mejunjes saben igual? ¿Dónde las compran, en el huerto de Paco Porras?

Más torturas... los pañuelitos de papel. Al principio muy bien, el problema es que cuando de tanto sonarte, te encuentras en un dilema: ¿me sigo sonando hasta que me asome el cartílago, que poco falta ya, o me dejo las velas colgando y así al menos me hacen compañía? Si estás en casa es obvio; acabarás por cogerles cariño y hasta ponerles nombre a las candelas. Fuera de casa te sonarás como si la nariz fuera de cristal... hasta que llegue el momento pánico y descubras que tus existencias de pañuelos se han acabado. Y es natural que se acaben; debes haberte pasado por la nariz medio bosque del Amazonas en papel. Fuera de casa también te dan tu minuto de gloria los estornudos y las toses. De pronto, en medio de la acera, te encuentras imitando a un orangután macho cortejando a trescientas hembras a la vez Aggrruuaacchssss. Un orangután de verdad probablemente te estrecharía la mano... pero nunca te pilla uno cerca. Sólo hay gente, que te mira como a un difusor humano de virus y camina más deprisa cuando pasa junto a ti... al final vuelves a casa, gangoseas un “beboyalacama” de convaleciente y ahí te quedas, tú con tus candelas y sin caldo de pollo... ¿entienden ahora que me guste Georgie Dann??



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El peor fracaso es la pérdida del entusiasmo. Matthew Arnold



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