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 Reformas en casa
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Solo faltan cuarenta y cinco años más para acabar la Sagrada Familia. De hecho, todo va según las previsiones de Gaudí. Cuando le preguntaron… “¿Cuándo estarán acabadas las obras, señor Gaudí?, él dijo, al estilo albañil: “Esto, pues… ¿ahora a que estamos, a Junio? Pues pon… que a finales de Septiembre, Octubre o Noviembre del 2050 como máximo”. Como esos albañiles inconcretos que te vienen a hacer reformas en casa. Siempre se mueven en un abanico de dos semanas a dos décadas de plazo.

Los albañiles son como los hijos de ahora: tardan mucho en venir, pero cuando llegan, no marchan de casa. Se instalan en el piso y se quedan a vivir para siempre. Al final, les coges cariño. Cuando llegas a casa, beso a la mujer, beso al hijo y beso al albañil. Se quedan a vivir: tu durmiendo en el sofá y el en la cama. Es algo como el Síndrome de Estocolmo, pero de la construcción: es el síndrome del hormigón. Yo conozco familias que han llegado a adoptar a sus albañiles…

Cuando pides un presupuesto, te sale más barato llamar a Rappel que al albañil. No aciertan nunca. Te hacen un presupuesto del proyecto de la cocina, y cuando acaban, parece el presupuesto del proyecto Barça 2000. Pero hacer reformas no solo quiere decir conocer al albañil… Quiere decir conocer al pintor, al carpintero, al lampista… Un grupo de profesionales que trabajan en plena comunión. Y digo “comunión” porque, ¿sabéis como acaban? A hóstias de lo bien que se llevan…

De entrada, todos quieren ser los últimos. Viene el del parquet y te pregunta: “¿Ha venido el marmolista? Hasta que no venga y acabe el marmolista, yo no puedo entrar”. Y tú: “¿Pero que tiene que ver una cosa con la otra?”. Y él: ”¿Y si cae el mármol y se ralla el parquet, que?”. Y tú: ”Ah, claro. Perdone por existir, eh”. Y así todos… “¿Ha venido el del gas?” Al final les tienes que decir: “No, pero han venido los de la Cruz Roja… o sea que espabile, o sale de aquí en litera” Además, critican el trabajo de los demás: “Uuuuui, esto no esta bien nivelado. Cae de la derecha. ¿Quién le ha hecho esto?” Algunos incluso te echan las culpas a ti. Te dicen: “¿Y estas regatas? ¿Qué no ve que no van aquí?” Escuche, ¿y yo que sé donde se hacen las regatas? ¿Qué soy el Rey, yo?

Hay parejas que optan por hacerse ellos mismos las reformas. Yo, para eso, soy un negado. Un poco patas. Una vez monte un armario muy cerca de la pared, y luego no se abría la puerta. ¡Y así se ha quedado! ¡Me da igual! Cuando vienen visitas y me preguntan que ha pasado, les digo: “Los albañiles, que han hecho la pared maestra muy cerca del armario. Es que hoy no te puedes fiar de nadie…”

Si te haces tu mismo las reformas, tienes que tener bien clara la diferencia entre tabique y pared maestra. En los pisos antiguos, la forma de saberlo era picar y escuchar el sonido que hacía. Siempre ha sido así: esta información se transmite genéticamente de padres a hijos. Siempre viene a casa el típico que pica las paredes… ¿Qué se piensa? ¿Qué tengo a mi abuela emparedada dentro? En los pisos de ahora tienes que hacer como los pasteles cuando están en el horno: ir clavando un palillo. Si la atraviesa con facilidad, es pared maestra…

Los pisos de ahora son tan pequeños que la gente hace reformas para ganar espacio. Hace poco, una pareja me dijo: “Estamos haciendo reformas. Teníamos seis habitaciones y ahora las hemos convertido en tres” Digo: “¿Y que, se nota?” Y dicen: “Ya te digo. Ahora ya podemos pones las camas horizontales” Se compraron seis ratoneras adosadas, y solo cabían seis personas derechas. Ahora ya pueden entrar en las habitaciones, estirarse como en Gran Hermano, comer pipas, hacer burillas…

Una de las consecuencias inevitables de las reformas son las runas. La energía no se destruye… se transforma. Como la runa. Una posibilidad es contratar al hombre del saco. Toda la vida pensando que era un hombre malo… y resulta que es un hombre que recoge porquería. La otra opción es pedir un contenedor de runas. Pero… que no te lo vean en el barrio. Siempre hay quien esta con el ojo avizor… “¡Contenedor… al ataqueeeeeeer!” Y baja todo el barrio a tirar de todo. Te descuidas y te lo encuentras lleno. Yo creo que la gente se guarda los trastos en casa, esperando que llegue algún primo y pida un contenedor. Y a la noche… te echan de todo: sillas, lavadoras… ¡yo me he llegado a encontrar una abuela sentada en un balancín! Y yo: “¿Qué tal señora?” “Biééééén… Mira, aquí escuchando Hablar por hablar” Y yo: “¿Qué no la quieren en casa?”. Y ella: “¡Si, pero no cabemos!”

La mejor solución es camuflar el contenedor. Yo conozco a uno que le pinto cuatro ruedas y unas ventanas, para que pareciera un coche. Lo hizo tan bien, que se lo llevo la grúa por aparcar encima de la acera.

Los expertos hablan de un boom de la construcción, pero yo diría que el boom todavía tiene que llegar. ¡Porque esto tiene que petar!



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